Por:
Maeda Ai
. . . . . . . . . . .
Esto no estaba bien, ¿cierto?.
Después de todo, él es un humano y ella. . . una diosa de la muerte.
Kuchiki no pertenecía a ese mundo y aun así, ellos. . . sostenían un tórrido encuentro en la habitación del Kurosaki.
Sentada sobre las caderas del pelinaranja, más precisamente sobre su pene, Rukia ondulaba las caderas casi con salvajismo, profiriendo fuertes gemidos de infinito gozo.
* Ohh, sí, más? ¡ así, así !. *
Con los ojos cerrados, la mujer estaba tan sumergida en su burbuja de placer, que ella misma se apretaba los senos, buscando más y más satisfacción, bajando y subiendo sobre aquel delicioso pedazo de carne, sintiendo su dureza, su calor.
* Lo quiero, más, ¡ más !? *
Ichigo la escuchaba casi atónito, pero excitadísimo, tanto o más que ella.
Esa mujer era tan linda, tan sexy y fogosa, que él no podía parar de penetrarla con desesperante fuerza. Su imagen le resultaba irreal, así como excitante.
* Deliciosa !. *
Susurró, más para sí que para su bella amante.
Tanto era su deseo y su pasión, que el shinigami comenzó a embestirla con mayor fuerza y ferocidad.
Era delicioso sentir el roce entre sus sexos; la cálida vagina lo recibía con suavidad y fuertes caricias que lo apresaban, estimulándolo. Eso, sumado a la imagen de la chica sobre él, cabalgándolo, fue demasiado para Ichigo.
Apretando los dientes y aferrándose a las caderas de la pelinegra, el hombre se corrió dentro de ella, vaciando todo su esperma en el espacio que ella le ofrecía y que ahora mismo se contraía dulce y fuertemente, delatando el éxtasis de la mujer.
Rukia se desplomó sobre el pecho de su compañero. Respiraciones agitadas y algunos gemidos cansados, solo eso quedaba.
Mientras todos pensaban que eran solo amigos, nakamas, ellos se entregaban a sus más secretos deseos, amándose con desmedida locura.
No podían evitarlo y no había vuelta atrás.
Esto fue inevitable y escrito desde el momento en que Rukia atravesó con su espada a Ichigo, dándole sus poderes, ambos sabían que esto pasaría. . . simplemente eran adictos a esto, no al sexo. . . sino el uno al otro.