Por:
Maeda Ai
. . . . . . . . . . .
.:: Capítulo 3 ::.
“Durmiendo tranquila en brazos del ainu”
Su corazón pareció detenerse por un segundo cuando los labios de la itako encontraron los suyos, más luego ya no estaba muy seguro de lo que pasaba.
Su lengua penetró en la boca de Anna hasta encontrar la lengua de ésta y jugar a entrelazarse una y otra vez; sus manos se aferraron a la cintura de la rubia, y de vez en cuando acariciaba su espalda.
“ Era la esposa de Yoh, la mujer que él tanto quería y que yo detestaba... no debo seguir. “
Eran los desordenados pensamientos que agobiaban al shaman, pensamientos que de nada sirvieron, pues sus labios se aferraron a seguir unidos a los de la sacerdotisa; además, sentir como las suaves manos de la itako acariciaban su rostro y su pecho, sin mencionar los débiles jadeos que de la boca de ella escapaban, lo volvieron loco de deseo.
Su exquisito aroma lo relajaba y al mismo tiempo lo invitaba a seguir.
“ Quiero estar con ella. “
Si, no podía mentirse a si mismo, mucho menos con el vestido mal puesto de Anna y él habiendo perdido la camisa.
Escondió el rostro entre el cuello y el hombro de la sacerdotisa, mientras sus manos, presurosas, se deshacían de la vestimenta de la mujer, esto claro, sin perder la oportunidad de recorrer las largas piernas femeninas.
Las pequeñas manos de la rubia se enredaron juguetonas en el cabello del ainu, perdiéndose en el azul sin dejar de acariciarlo con un poco de desesperación, y reteniéndolo ahí, recargado sobre su hombro.
Quemaba, un calor agradable que la obligaba a respirar agitadamente.
“ No puedo... Yoh... Horo Horo, yo... “
Sus ideas eran un verdadero caos.
Al estar con Horo, no podía evitar recordar a su esposo y que el peliazul fue su amigo, amigo con el que ahora se estaba abrazando, besando… quiso detenerse, separando sus labios de los del shaman del norte, pero al hacerlo inevitablemente se miraron el uno al otro. Fue como si el tiempo se hubiese detenido; en ese momento, descubrieron las emociones, dudas y sentimientos que cada uno experimentaba.
* Anna... yo no sé, no comprendo... *
Lo escuchó decir, con ese apuesto rostro tan cerca del suyo; lo sintió acariciarle las mejillas de forma tan suave que la tensión desapareció, más aun con el cálido aliento del shaman chocando con su rostro, tranquilizándola.
Volvieron a unirse en un beso más tranquilo, lento y profundo.
El joven se dedicó a guiar sus ansiosos labios por todo el cuerpo femenino, abandonando la dulce boca de la itako y recorriendo el cuello de la misma, sus hombros… haciéndola temblar.
* Eres hermosa... muy hermosa, demasiado. *
Fue un halago del que la rubia no tuvo mucho tiempo de disfrutar pues los labios del ainu se habían posado sobre uno de sus senos.
Un corto y repentino beso que le erizó la piel, seguido de la exquisita sensación de sus pechos siendo recorridos por la legua del shaman.
Intensos gemidos se le escaparon de la boca, haciendo que el silencio en la habitación se interrumpiera; eran las voces de ambos entre jadeos, las que resonaban no solo en la habitación sino en toda la casa, esa casa que durante las noches se mantenía en absoluto silencio, y ahora se llenaba con los sonidos agitados de dos amantes improvisados.
Entregándose por completo a las disposiciones del muchacho, Anna solo se dejaba hacer sin esperar que los labios de Horo viajasen de sus senos hasta su entrepierna; fue un movimiento tan rápido e inesperado, que la mujer solo abrió desmesuradamente los ojos a causa de la sorpresa; el peliazul había hundido el rostro entre sus piernas, degustando la intimidad de la itako.
* ¿Qué, qué haces?... ¡ detente !... *
Anna quiso alejar de su cuerpo al joven, pero la fuerza se escapó de su cuerpo, terminando por rendirse ante la intensa excitación que esto le provocaba.
La lengua de Horo, que se adentraba en su vagina, logrando que esta se humedeciera una cada vez más. Por otra parte, el muchacho se aferraba a continuar, su rostro envuelto en rojo, esto era lo más atrevido que había hecho en la vida y era excitante, agradable. . . delicioso.
Hace mucho tiempo no hubiese imaginado tener la cabeza entre las piernas de la Kyouyama… jamás. Pero agradecía al cielo el poder hacerlo ahora.
Casi aferrado al clítoris de la chica, lamió y succionó el pequeño botón femenino, arrancándole gemidos y suspiros de placer a la rubia, que temblaba sofocada entre los tantos orgasmos que el peliazul le provocaba.
Sus movimientos eran tan intensos, incluso lo sintió succionar y morder suavemente ese pequeño botoncito fuente de placer; era normal que se retorciera ante los incontrolables deseos de su compañero y rendirse a un orgasmo más.
* Ho-Horo Horo, ya... *
Las palabras de Anna se atoraban en su pecho, no podía jalar aire, estaba tan agitada.
Entonces, el shaman se incorporó ligeramente tan solo para poder observar complacido el cuerpo de la itako, ese lindo cuerpo desnudo y a su entera disposición.
Pasó la lengua por sus labios, degustando aun de los líquidos de la joven rubia.
Horo dejó que su cuerpo se acomodase encima de su amante para luego besarla con furor, con gran deseo, mientras ella le devolvía la caricia que recibía.
Se sentía tan cansada, por eso le pidió que se detuviera, se sentía como si fuese su primera vez, algo un tanto comprensible considerando que hace más de un año que no tiene un encuentro sexual.
Desde que Yoh se fue, ella estaba demasiado triste como para pensar en eso, ni siquiera la idea de satisfacerse a si misma le cruzó la mente en todo ese tiempo, mucho menos la de pasar la noche con otro hombre.
Kyouyama se sonrojó ampliamente mientras sus ojos se posaban en los del peliazul, se sentía insegura, no sabía que hacer o que decir, se quedó inmóvil, era como si hubiese perdido la práctica y de hecho… así era.
* Si no quieres seguir… lo entiendo. *
Incluso después de escuchar la voz del ainu, solo atinó a bajar la mirada.
* No es que no quiera, es solo que… todo ha sido tan repentino, tan irónico... *
Horo Horo sonrió ligeramente con las sinceras palabras de la sacerdotisa. Él se sentía igual, tan inseguro, aun preguntándose como podía estar con esta mujer que años atrás le provocaba miedo, sin mencionar que no tenía ningun tipo de interés por ella, y ahora… estaba apunto de hacerle el amor.
El shaman hizo a un lado todos esos pensamientos, dejando que sus manos se dedicasen nuevamente a recorrer la pálida piel de la itako, viajando por la totalidad de aquel cuerpo hasta detenerse entre las piernas de la joven, introduciendo su dedo medio en la vagina, logrando que Anna se retorciera de placer, más trató de calmar las ansias que la quemaban, permitiendo que Horo Horo la estimulase de es amanera, metiendo y sacando el dedo de su cuerpo, en un ciclo que la hizo gemir ya sin reserva.
Anna separó un poco más sus piernas, permitiéndole a su amante una mayor libertad para penetrarla así.
Se aferró al cuello del shaman de hielo al ser presa de una nueva oleada de placenteras sensaciones; sentía como su vagina se contraía aun después de que el dedo del peliazul saliese de su intimidad.
* Eres un ecchi... un adorable ecchi, Hentai. *
Le dijo la itako, entre besos apasionados y ligeros jadeos.
La mujer dejó que una sonrisa se diera en medio de aquel beso mientras sentía como Horo Horo se acomodaba entre sus piernas, con el pene erecto apuntando hacia su sexo.
Lo sintió deslizarse tranquila y cuidadosamente hacia adentro.
Los primeros roces los hicieron gemir deseosos, tanto que tuvieron que romper el beso para poder jalar aire y continuar con la unión de sus cuerpos.
Con avance lento, tranquilo, pero en extremo placentero, el ainu experimentaba la pasión que esta mujer era capaz de desbordar.
Tan sexy, tan despampánate, tan intensa… tan Anna.
Ahora que ella esta con él, desde esta vez, le esta diciendo que disfruta de su compañía, por eso esta haciendo el amor con él, con el shaman de hielo.
El peliazul se dejó envolver por los brazos de la rubia, mientras el deslice de su miembro finalmente lo hizo llegar hasta el fondo del cuerpo femenino, después dejó que su pene entrara y saliera una y otra vez.
* No quiero soltarte. *
En verdad no quería soltarla, dejarla ir.
La adoraba, la deseaba, no podía, ni quería soltarla, así que se aferró a su estrecha cintura, sujetando firmemente la sutil, pero bien marcada, curva que delineaba su forma de mujer.
Horo bajó un poco la mirada, encontrándose con ese par de perfectos senos que, con ese danzar al ritmo de sus embestidas, lo incitaban a probarlos nuevamente. Poco tardó en atrapar entre sus labios el pecho izquierdo de la itako; como desesperado, succionó el duro pezón, siendo recompensado con los profundos gemidos que soltaba su amante.
El morbo y la excitación eran ya incontenibles.
Sin haber dejado de clavarle su espina a la chica, sintió como su miembro recibía magnificas vibraciones producto de las contracciones de la vagina de Anna, que lo aprisionaba dulcemente en su interior, volviéndolo loco de placer.
La ansiedad lo estaba sofocando, sentía que en cualquier momento sucumbiría ante la excitación, pero no deseaba arruinar el momento, quería hacerla gozar, que no dejara de sentirlo.
Mientras tanto, Kyouyama respiraba cada vez más agitada ante las sensaciones deliciosamente perversas que este shaman le hacia sentir.
Las penetraciones se habían vuelto fuertes y profundas; sintió la llegada del placer, y aun cuando hizo lo posible por soportar un poco más, la sacerdotisa fue atacada por un delicioso orgasmo que la hizo gritar de inmenso gozo, aferrándose al cuerpo del muchacho, dejándole la piel marcada al haber clavado sus uñas en la espalda del ainu.
Si, ese fue su clímax, pero el que Horo Horo sacara el pene por completo de su vagina y lo volviese a introducir con fuerza, fue algo que no esperaba sentir, la intensidad y la sorpresa prolongó su orgasmo, dejándola cansada y sin aire.
Ni siquiera tuvo fuerzas para gritar, tan solo dejó que la sensación la llenase hasta agotarla por completo mientras sentía a su vagina contraerse agitadamente, y al shaman que seguía penetrándola un poco más.
El muchacho apenas tuvo tiempo para acomodarse y penetrar una vez más a la itako, luego cerró los ojos con fuerza al tiempo en que se dejaba caer rendido sobre el cuerpo de la mujer.
Respiraba agitado cerca del rostro de la chica, sus alientos chocaban entre si, hasta que terminaron besándose lenta y tranquilamente, un beso que logró relajarlos.
* Lo siento. *
La sacerdotisa no entendió. ¿De qué demonios se estaba disculpando?.
Entonces, Horo Horo la miró con ternura; no pretendía que su semen invadiese su cuerpo, no quiso ser descuidado, pero estaba totalmente entregado y fascinado de tenerla entre sus brazos y solo para él, que, ahh. . . .
La rubia, con expresión seria, tomó el rostro del shaman entre sus manos, acariciando suavemente ese apuesto rostro. Estaba bien, sentir su esencia escurrir entre sus piernas era una sensación verdaderamente excitante, deliciosa.
Permanecieron un rato más sin romper la unión de sus ya cansados cuerpos, hasta que el miembro del peliazul comenzó a reducir su tamaño, regresando a su forma normal.
~*~
~*~
~*~
Ahora ambos yacen recostados sobre el futon; el ainu justo detrás de ella, la abraza rodeando su cintura, le encanta estrecharla de esa manera, es como si la reclamase como de su propiedad.
Besa su oreja y le susurra algo de vez en cuando, pero ella se siente intranquila, nerviosa.
* Entonces... ¿te irás mañana?. *
Era claro el reproche en su hermosa voz.
Horo Horo la hizo girarse suavemente para recibirla entre sus brazos sin pretender soltarla por el resto de la noche.
Un beso suave y tranquilo, lleno de ternura, fue su intento por tranquilizar a la joven... y lo logró.
* No, no podría, a menos que… tú así lo quieras. *
Tan lindas y sinceras palabras no lograron que la expresión de Anna cambiase; el suyo era el mismo hermoso rostro reflejando frialdad.
La itako no dijo nada, solo se acurrucó sobre el pecho desnudo de su compañero mientras cerraba los ojos. Eso fue todo, no había nada más que decir.
Comprendiendo su silencio, el shaman de hielo, descansa la cabeza sobre el rubio cabello de su amada.
Horo Horo comienza a hacer planes para su futuro, porque ya no se imagina un futuro sin ella. Sin que Anna Kyouyama lo mande o lo obligue a realizar todo el trabajo de la casa, sin que le grite… sin hacerle el amor.
Anna terminó dormida tranquilamente entre los brazos del shaman, pero él no tiene sueño, le complace contemplara esa mujer, le produce un sentimiento tan cálido.
Más repentinamente siente una presencia en la casa. . . .
* ¡ No puede ser !... *
Exclama sorprendido, mientras clava los ojos en la puerta de la habitación; allá afuera hay alguien que lo espera.
Por primera vez en la vida no sabe si lo que siente es miedo o enojo, y se pregunta que debe hacer.
Aprieta los dientes con fuerza, pues no importa la razón por la cual el dueño de esta presencia haya venido precisamente ésta noche, no puede ser nada bueno para él. . .
* O, quizás, para Anna. . . *