Por:
Maeda Ai
. . . . . . . . . . .
.:: Capítulo 10 ::.
* Ho-Horo, ya basta, detente mmm. . . *
Anna ya no sabía si sus palabras eran una orden o una simple suplica, esa que el shaman de y hielo por supuesto que se negó a complacer.
Con pasión inextinguible, las manos del peliazul acariciaban los senos de la rubia, o le rodeaba la cintura, pegándola completamente a su cuerpo.
* Si lo sabe dios que lo sepa el mundo. *
* ¿Saber qué?. *
* Que eres mía. *
Los amantes hablaban entre besos, más las últimas palabras del muchacho molestaron a la rubia, quien se separó de él, negándole sus besos y de paso le pellizcó las mejillas con fuerza.
* Ay, ay. . . Annita, me duele. *
* De eso se trata, idiota, dame una sola prueba de que te pertenezco. ¿Qué tienes?, papeles?, títulos?. *
Horokeu se soltó de la tortura que la bella chica le infringía y tomó una de las suaves manos de la joven entre las suyas, llevándola hasta su pecho.
* ¿Qué?. *
* Mi corazón late con fuerza y es por ti, Anna. *
La joven guardó silencio, sus mejillas totalmente teñidas de rojo.
Entonces el Usui guió su mano al pecho de Anna, palpando con suavidad.
* Y sé que en tu corazón pasa lo mismo. *
Y sin más un nuevo beso surgió entre los amantes, mientras ella se aferraba al muchacho hasta casi colgarse de su cuello. La itako se preguntaba: ¿en que momento permitió que el shaman de hielo llegase tan lejos?.
Después de su primera vez, no había noche en que no compartiesen la cama, aunque no siempre hacían el amor. A veces simplemente dormían abrazados.
Toda una semana y la Kyouyama sabía que ya no podría volver atrás. ¿Pero por qué no pasó así con sus otros amantes?. No, de ellos solo tenía el recuerdo de una sola noche, en cambio con Horo Horo. . . no podía evitar estos encuentros clandestinos ni las pequeñas travesuras que compartían, cómo esta.
* Me encantas, Anna. Eres tan altamente adictiva y te necesito ya. *
Le decía el shaman y siempre que lo hacía terminaban con los cuerpos entrelazados y las sábanas enredadas entre sus piernas. Pero los demás no tardarían en llegar y la rubia no quería que se enterasen.
No, aun no, no quería dar explicaciones, no quería preguntas, ni reproches, por eso su romance con el ainu era el secreto más preciado de su vida, sin embargo, ambos se preguntaban: ¿por cuánto tiempo podrían seguir así?, pues era muy difícil soportar hasta el anochecer para estar juntos.
A veces solo necesitaban un simple y sencillo beso, fugaz cuando menos, pero con todo el equipo en la pensión, pues. . .
* Anna, te amo. *
Le susurró él al oido, mientras clavaba la mirada en sus hermosos ojos negros; la sinceridad y la desesperación acompañando sus palabras.
Horo Horo ya no podía más, quería a esa maravillosa mujer, la quería para él, solo para él. Quería gritarle al mundo que estaba enamorado de Anna Kyouyama. . . y ella de él. Porque a pesar de que la misma itako no se lo había dicho, él estaba seguro de ello.
* Escapemos juntos. *
Le proponía el ainu, mientras le dedicaba una picara sonrisa.
* ¿Estas loco?, no es para tanto. *
* ¿Entonces?. *
Anna curveó las cejas, preocupada. No es que buscase la aprobación de los demás, jamás la tuvo y nunca la tendrá, es solo que. . .
* ¿O es qué acaso tu no me quieres cómo yo a ti?. *
La voz del shaman sonó seria, aguardando la respuesta de la mujer.
* Baka, sabes que te quiero, pero yo. . . *
Anna fue callada por los posesivos y desesperados labios del peliazul, quien había decidido que ya había sido suficiente platica.
Asi, tomó entre sus brazos a la joven, dispuesto a terminar esto en su habitación, más apenas pudo dar unos cuantos pasos cuando escuchó la puerta principal al abrirse y las voces de sus inoportunos amigos.
* Creo que tendremos que esperar. *
Le dijo ella, acariciando la mejilla del shaman.
* Maldición!!. *
Él, frustrado, no se preocupó por ocultar su mal humor.
* Annita, ¿no vas a comer?. *
Escucharon en la planta baja.
Tendrían que soportar otra reunión a comer. Anna que se desesperaba con la mirada de todos los hombres sobre ella y Horo Horo que ya se había percatado de esto, muriendose de los celos y luchando contra el fuerte deseo de sacarle los ojos a todos.
Este era un día más con las manos atadas, un día más, fingiendo que entre él y Anna no había nada. . . nada.
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Esto ya parecía parranda permanente pues cada noche los hombres se mantenían despiertos hasta altas horas, conversando, recordando. Incluso Hao, quien aun no comprendía por que simplemente no podía decirle “no” a su hermano menor.
Solo Anna podía librarse de todo aquello; con una fria mirada bastaba para que nadie insistiese en que los acompañase un rato más.
Y cómo todas las noches, desde hacía una semana, Horo Horo la alcanzaba en su habitación, después de unos minutos.
Se preguntaba si los demás no sospechaban ya que la misma rutina se repitiese noche a noche; lo cierto es que ya se le estaban agotando las escusas.
El peliazul deslizó la puerta antes y después de entrar, más en la oscuridad no pudo encontrar a la itako.
* Llegas cinco minutos tarde. *
Le dijo una voz a sus espaldas, tan inesperada que sinceramente lo tomó por sorpresa.
* Anna, me asustaste. *
* ¿Tan fea estoy?. *
* No digas tonterías, sabes que eres la más bella del mundo, no, del universo. *
La rubia curveó los labios. Ese hombre exageraba, aunque sabía muy bien cómo halagarla e incharle el ego.
Sin perder más tiempo, Horo Horo la abrazó suavemente, buscó sus labios y comenzó a recorrer su adorable cuerpo, despojándola de sus ropas.
Tan solo concientes el uno del otro, ajenos estaban a los ojos curiosos que los miraban desde la puerta entreabierta.
La persona sonrió, asi que este era el preferido de la itako. Por fin había encontrado el punto debil de la reina de hielo, con esto, las cosas se ponían más interesantes de lo que ya habían estado hasta ahora.