Por:
Maeda Ai
. . . . . . . . . . .
.:: Capítulo 8 ::.
La rubia sonrió con dulzura, manteniendo cerca suyo a sus dos pequeños bebés.
Así es, hace una semana que Anna había dado a luz a un par de gemelos.
Un poco de cabello rubio delataba a quien se parecerían a simple vista, aunque ella estaba segura que se parecerían a sus padres, si, sus padres. . . porque esos pequeñines eran tan afortunados que tenían dos papás para darles cariño.
Aunque no sabían cuál era el padre biológico, igual se parecerían entre si y además. . .
* Es lo que menos importa. *
Susurró la sacerdotisa, acariciando la mejilla de uno de sus hijos.
La itako recordaba el dolor al dar a luz, dolor doble que la hizo gritar y creer que no soportaría y sin embargo, las lágrimas abandonaron sus negros ojos solo cuando tuvo entre sus brazos a esos pedacitos de cielo.
* Mis niños… *
Ella suspiró, sonriendo ante la felicidad que se desbordaba.
Pensó un poco en su vida en los últimos años. Anna pasó de ser una chica huérfana sin nadie en el mundo que la quisiera, a sentirse la mujer más feliz del mundo, con su propia familia, tan grande en menos de un año. Y lo primero que la sacerdotisa se propuso apenas amamantó a los bebés, era tener muchos más.
““Solo espero ser una buena madre.””
Pensaba la itako.
Entonces, una dolorosa idea llegó a su mente, torturándola. ¿Qué pensarían sus hijos de ella al crecer?, al darse cuenta que era mal visto tener más de una pareja, peor aun, ¿rechazarían a sus padres?. Querrían saber cuál de los shamanes era el verdadero progenitor.
La Kyouyama sacudió la cabeza, queriendo deshacerse de todos esos pensamientos. ¿Para qué torturarse?, ella era feliz y lo sería en el futuro, con sus hijos. . . y con sus esposos.
* ¿Todo bien?. *
La rubia se giró un poco sobre el futon, contemplando a Yoh, quien entró tratando de no despertar a los niños.
* Mejor que nunca. *
Tras aquel susurro, la rubia le regaló al shaman una sonrisa tan cálida y llena de ternura, que el moreno se sonrojó y se preguntó: ¿acaso esa era su Annita?, pues no lo parecía. No, no era la mujer amargada y mandona de siempre.
Desde que se embarazó, la forma de ser de la sacerdotisa era más suave y él la veía tan frágil. Y todo esto aumentó con el nacimiento de los niños. Al parecer, la maternidad si le había pegado fuerte a la rubia de ojos negros.
En silencio, el castaño se recostó en el otro extremo del futon, contemplando a los retoños de la familia Asakura.
* ¿Verdad que son lindos?; se parecen a mí. *
* Y a Hao!. *
Anna recalcó su frase, logrando que el moreno la mirase mientras sus labios formaban un puchero. Maldición, que lo dejase ilusionarse al menos un rato, ¿era mucho pedir?.
Yoh estaba celoso, quería a Anna y a los bebés para él solo, pero tenía que conformarse con compartirlos, era eso o perderla o peor aún, verla triste. Pero bueno, tan solo un poco, unos cuantos momentos como este, ella y sus hijos para él solo, era suficiente para hacer feliz al menor de los hermanos.
Más dicha felicidad duró muy poco, pues su hermano entró en la habitación sigilosamente y se recostó junto a la rubia, aferrándose a ella y pegando sus cuerpos.
* No hagas eso, ¡me duele!… *
Pidió la rubia cuando el moreno de largos cabellos apretó uno de sus senos.
* Tengo mucha leche. *
* ¿En serio?. *
El Asakura sonrió travieso y malvado.
No tardó en poner a la itako a su merced, prisionera bajo su cuerpo.
* ¿Qué crees que haces?. *
* Voy a calmar tu dolor, pequeña. *
* ¡¿Qué?!. *
El shaman de fuego abrió el kimono de la itako, ante él, los pechos de la rubia, rellenos un poco más por la leche materna. Y sin más, el castaño atrapó el pecho izquierdo entre sus labios, lamiendo primero, succionando después, degustando el alimento de sus hijos.
* De… detente!!… *
Anna cerró los ojos y arqueó la espalda. Ese hombre era un maldito atrevido que succionaba, lamia y mordía, lastimándola pues tenía los pechos muy sensibles y le dolía, y sin embargo. . .
““Dios, lo amo tanto.””
Pensaba la joven, rindiéndose ante el demonio de fuego y acariciándole los cabellos mientras que él seguía bebiendo la leche directamente de su seno, amamantando.
* ¿Pero qué creen que hacen?. *
Preguntaba Yoh, entre incrédulo y sorprendido, obteniendo una sonrisa traviesa por parte de su hermano.
El menor de los gemelos hizo un puchero. ¿Era este un reto?. ¿Creía Hao que él no se atrevería a seguirle el juego y hacerle a la itako lo que él le hacía justo en ese instante?. Pues el mayor estaba muy equivocado.
Yoh ya se había cansado de ser bueno y pasivo.
Decidido, el shaman king se reunió con la mujer y el otro Asakura y sin más, su boca se apoderó del otro pecho de la itako, bebiendo la leche.
Yoh se estremeció, mitad asustado por descubrir los alcances de su eterna competencia con Hao, y mitad por el gozo que esto le producía, consciente de que de cierta forma esto no era correcto.
* E-escuchen ustedes dos, le, le están quitando el alimento a, a sus hijos… *
Más ambos hombres no prestaron atención a los reclamos de la rubia mujer, quien poco tardó en comenzar a gemir, primero de dolor pues sus pechos estaban saturados de leche, luego de placer ya que los labios de esos gemelos eran expertos en esto.
Y Anna se preguntaba: ¿tendría que verse sometida a esta “tortura” los siguientes días?.
La Kyouyama abrió los ojos, sus pupilas desteñidas por la sorpresa, pues un par de dedos se habían colado en su intimidad.
* ¿Qué crees que haces?, acabo de dar a luz hace una semana, a-aun me duele!. *
* Pero, Annita… *
La itako dobló las cejas, enfadada.
Pensó que era Hao el atrevido, pero al escuchar el pequeño reproche. . .
definitivamente Yoh era muy impredecible. Hao alejó a la rubia del desesperado de su hermano, olvidándose, por ahora, de mamar la leche de la mujer.
* Sabe bien… ¡toda tu eres deliciosa!. *
La itako se sonrojó ante las palabras del shaman de fuego, aceptando los labios de este poco después.
Tan cómoda se sentía entre esos dos hombres, que Anna poco tardó en caer en un profundo sueño. Estaba. . . tan cansada.
* ¿Cómo están los niños?. *
Preguntó el moreno de largos cabellos mientras miraba fijamente a la rubia entre sus brazos.
* Igual que la madre, nada los despertará. *
* Bien. *
El mayor de los Asakura sonrió sutilmente, aun mirando a la sacerdotisa.
Yoh pronto se reunió con ellos, posándose tras la sacerdotisa y abrazándola, aspirando su exquisito aroma.
La felicidad que ahora tenía, aunque la estuviese compartiendo. . . no la cambiaría por nada.