Por:
Maeda Ai
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.:: Capítulo 5 ::.
La rubia dobló las cejas con enojo. ¿No había sido suficientemente clara?.
Le había dicho que se largara, pero el muy descarado la ignoró y se quedó a vivir ahí, peor aún, se comportaba como si fuese el señor de la casa.
Anna intentó tolerarlo porque él es el hijo de su difunto esposo, pero eso no le quitaba lo sin vergüenza.
* Llegas tarde, Annita. No deberías hacerme esperar, no me gusta comer solo. *
La mujer dobló la boca y apretó fuertemente los puños.
* Si?, ¡pues a mí no me gusta cenar contigo!. *
Una traviesa sonrisa se dibujó en el rostro del moreno. Como le gustaba esa actitud altanera en esa mujercita. Siendo sincero, esa era la razón por la cual constantemente molestaba a “su madrastra”, por el mero placer de encender la ira en ella, y el ego en sí mismo.
Así pues, la Kyouyama comenzó a comer aun a pesar de que la comida parecía atorársele en la garganta. No soportaba a ese hombre y sin embargo, el que ese sin vergüenza estuviese allí con ella, le hacía la vida un poquito más pasable, pues le bastaba con contemplar su rostro por unos cuantos segundos, para recordar a su esposo y sonreír ante las dulces memorias.
En realidad, esa había sido la verdadera razón por la cual la rubia pasó por alto el mal comportamiento de Hao. No planeaba seguirle el juego a ese hombre, ni mucho menos corresponderle de alguna forma.
““Mi único hombre fue y será Silver. . . jamás volveré a caer en el amor.””
Pensaba la rubia de ojos negros, sin saber que Hao Asakura no tenía los mismos planes para con ella.
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Corrieron un par de meses antes de que el Asakura se atreviera a propasarse.
Por mucho tiempo, Hao se conformó solo con molestar a la mujer, más poco a poco, de la diaria convivencia, se desató una necesidad para él, la necesidad de estar cerca de ella o cuando menos verla.
El pelilargo era malo fingiendo que su humor mejoraba cuando estaba con esa mujercita.
Un cortejo hubiese sido lo más adecuado, o al menos lo que un hombre decente o cuando menos cuerdo, hubiese llevado a cabo, pero no Hao Asakura, y mucho menos estando bajo el hechizo de esa hermosa mujer.
El moreno comenzó por entrar a la habitación de la rubia sin molestarse en llamar antes de hacerlo. La primera vez, Anna puso el grito en el cielo, primero sorprendida y hasta asustada, luego eufórica.
El castaño había tenido la buena suerte de encontrarla en ropa interior, pero esto no colmaba su deseo, por el contrario, lo encendía aun más.
* ¡Te odio!, eres un maldito pervertido!!. *
Y ni aquellas crueles palabras o la bofetada que le prosiguió, fueron suficientes para hacer desistir al moreno.
Fue tan persistente, fue tan descarado, que con el tiempo Anna ya ni se sorprendía de que el muy descarado no tocase la puerta antes de entrar, como sea, este jueguito la hacía vibrar. Ella lo sabía y por ello había dejado al pelilargo llegar tan lejos.
Esa sensación de sentirse y saberse deseada era un tanto nueva para ella, quien estaba sumida en un ambiente de erotismo que por supuesto le agradaba.
Quiso echarle la culpa a su pobre vida sexual con su esposo en los últimos años de su matrimonio, pero Anna prefirió autocriticarse al considerarse a sí misma igual a Hao en ese aspecto, como una pervertida sexual.
Ella amó tanto a su esposo. . . aun lo amaba y prefería mil veces reprocharse a sí misma, que culpar a su difunto marido por las locuras que ahora estaba cometiendo, pues bien sabía que al no ponerle un alto a Hao, ella estaba estimulando que él se propasara con ella.
* Está bien, mientras no pase a mayores. *
Susurró la mujer, tratando de imponerse un límite, más se le olvidó que el juego de Hao. . . iba muy en serio.
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Yacía dormida, pero una sensación húmeda sobre sus labios la hizo despertar. Esta vez no cometió el error de confundir al muchacho.
* ¿Qué haces?. *
Hao frenó sus besos ante el irritado semblante de su musa.
* Besarte. *
La rubia dobló las cejas con enfado. Eso ya lo sabía, lo que ella quería saber era el motivo.
¿Cómo podía ser tan descarado?, la culpa era suya por no detenerlo cuando debía. Pues bien, lo haría ahora; con toda la tranquilidad del mundo le ordenó al muchacho salir de su habitación, más en cambio, la Kyouyama sintió esas toscas manos masculinas deslizarse por los contornos de su silueta, deteniéndose en sus senos, estrujándolos sin la más mínima delicadeza.
De hecho, Anna podía sentir la lasciva y la lujuria en el toque de ese hombre.
Una corriente eléctrica la recorrió por escasos instantes, encendiéndola, pero al mismo tiempo advirtiéndole que ya había sido suficiente de esto.
* Suéltame!!. . . ¡largo de aquí!. *
La rubia agitó los brazos, escapando de la prisión que ejercía el excitante cuerpo del Asakura, abandonando la cama envuelta en una sábana.
* ¿Qué esperas?. *
El moreno torció la boca. Creía que esta noche sería la indicada, pero en cambio había terminado frustrado y humillado.
Tranquilo, caminó hasta la puerta, dispuesto a complacer a la chica de dorados cabellos, pero no sin antes dedicarle una iracunda mirada.
* Esto no se quedará así. . . esta me la pagas, Anna. *
La Kyouyama terminó empujando al castaño y cerrándole la puerta en las narices, sin tomar en cuenta sus tontas amenazas.
Para ella, ya era más que suficiente tener que lidiar con su propia conciencia.